jueves, 28 de julio de 2011

ESE BONITO NOMBRE

Cuando hace un año vine a vivir a Dinamarca, me empezaron a llegar artículos que situaban a mi nueva residencia como el lugar más feliz del mundo. Algunos titulares eran tan rotundos como "Si busca la felicidad, váyase a vivir a Dinamarca"; basta teclear Dinamarca y Felicidad en google para tener una bonita muestra de ello. Sin embargo, a la vez otras estadísticas llegaban a mí, que hablaban de graves problemas sociales como el alcoholismo o situaban a ese país nuevamente en los puestos más altos de rankings mundiales que ahora hablaban de altas tasas de suicidios. ¿En qué quedamos? Me preguntaba esto hace un año y hoy no puedo decir si los daneses son o no felices, porque la felicidad, queridos estadistas, es algo subjetivo, personal e individual y contabilizar el nivel de las emociones con variables ponderadas es absurdo y simplista.

Entonces, el fallo no está en las nuevas corrientes que pretenden cambiar los indicadores económicos para hacerlos más reales; no me parece absurdo medir el progreso de un país y su nivel de bienestar y dejarnos de números y números que muchas veces no se traducen proporcionalmente en el bienestar de sus habitantes. En mi opinión el fallo está en llamarlo economía de la felicidad y mezclar “el bonito nombre” con ratios, crecimiento y otras variables estadísticas.

Así, yo hablaría de bienestar social, que sí puede ser baremado (y ahí doy fe de que Dinamarca se lleva la palma con toda la razón del mundo). Claro que no es fácil y surgen dudas sobre su medición, porque dependiendo de los países la cesta de valores que se utilice podría variar significativamente; algunos indicadores parecen universales: nivel de paro, salud, esperanza de vida, desigualdades sociales…en principio medirían objetivamente el bienestar en una sociedad. Pero hay otros más dudosos y son los que están relacionados con asuntos más personales: las relaciones familiares, las sociales o afectivas, la cantidad de tiempo libre, factores ideológicos, nivel de reciclaje o el número de rezos en un día (Bután, único país asiático que contabiliza su tasa de felicidad, lo incluye).

Los expertos dicen además que el bienestar de la población tiene dos condicionantes que hacen que estos valores estén en continuo cambio y fluctúen con el paso del tiempo: uno, que nos acostumbramos rápido y aquello por lo que nos considerábamos una sociedad feliz deja de provocarnos bienestar; otro, que nos comparamos constantemente: uno es más feliz cuando se encuentra por encima de la media de su entorno.

Por último, yo añadiría a la veracidad de estas encuestas un componente cultural: pienso que la clave de que los daneses digan que son tan felices reside en parte en que afirmar lo contrario supone mostrar un fracaso personal que aquí no está bien visto. En Dinamarca hay un nacionalismo muy fuerte y un orgullo de país que tengo más que comprobado. No pasa lo mismo en España, por ejemplo, donde aún tenemos grandes complejos y su consideración como un gran país sólo la he escuchado de boca de otros amigos expatriados que reconocen que España es un buen lugar para vivir (eso de “me fui para quererte” parece muy nuestro).

Pero aparte de cómo medirla, de los condicionantes generales y de los componentes culturales que hacen que todo esto se complique, de lo que en realidad yo hablo es de que la felicidad es un sentimiento individual y sólo uno mismo sabe a qué va asociada la suya propia. Puedes vivir en el país con mayor bienestar social y suicidarte o hacerte alcohólico; y puedes vivir en un país en desarrollo y considerarte tremendamente feliz. Yo, por mi experiencia personal, puedo decir que he conocido mucha gente considerada socialmente "exitosa" pero muy poca gente que me haya confesado que es feliz. Lo digo de verdad. Para muchos el trabajo que yo tenía es todo un sueño de difícil acceso por el que luchan incansablemente y para mí, evidentemente, no lo era. Ahora vivo en uno de los países donde supuestamente se es más feliz y sin embargo, preparo mi vuelta a casa, a un país en plena crisis donde la gente confiesa no ser tan feliz. Si no me quedo en un trabajo aparentemente muy bueno, o en un país aparentemente muy bueno, ¿tal vez tenga algún problema para encontrar la felicidad?

Bueno, creo simplemente que a veces hay que pararse y pensar qué es lo que a uno le hace feliz y buscar esos componentes en el lugar donde decides vivir, en el que decides trabajar…son sitios donde vas a pasar mucho tiempo y vas a poner esfuerzo y vida, no es una decisión que se deba tomar rápidamente ni apoyada en factores que no nos conducen a la felicidad. Así, yo he aprendido que mis decisiones no pueden estar amparadas en factores económicos, porque mi felicidad no pasa por ahí; una persona que admiro mucho me confesó un día en que tomaba una difícil decisión profesional que el dinero le importaba muy poco y que por eso se sentía absolutamente libre.

He conocido personas que viven aquí porque se gana más dinero que en España, país al que echan terriblemente de menos por otra parte. El dinero también es el motivo por el que muchos de mis ex compañeros sigan trabajando tantas horas donde yo lo hacía, pese a que echan de menos su tiempo libre y ocio. ¿Qué puedo decir? Si para ellos el dinero es una motivación suficiente para hacer esos sacrificios, entonces serán felices. Aunque en mi opinión al final a todos nos sucede que cuando nuestras decisiones no se justifican por el dinero son mucho más puras, más sinceras con uno mismo. Y la sinceridad personal lleva a ser coherente con la vida propia y por tanto, nos acerca más a ser felices.

Hoy creo que con el tiempo he aprendido algo muy importante: que quiero buscar mi felicidad sin condiciones y que sé los factores que hay en ella, los indicadores que yo pondría en mi estadística para valorar si soy o no feliz. Lo más difícil ya está hecho, si soy sincera conmigo y si no me traiciono todo irá bien. ¡Midan mi felicidad interior bruta!

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